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El hombre que amo
se cubre de tristeza
algunas tardes de frío.
Entonces me habla del canto de la madre,
de libros de la abuela,
de pianos solitarios
y cuartos agrietados por olvidos.
Así sucede que de pronto,
el recuerdo de su infancia
crece bugambilia
y es flor
y verso
y caminata.
El hombre que amo
tiene la voz más dulce del mundo
pero temeroso de que se sepa,
la esconde detrás de una sonrisa
que sólo los dos conocemos.
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